Baile de sensaciones.

Sentada en mi viejo puf, ese que desde la adolescencia ha ido conmigo, en el que he pasado ratos maravillosos con mis libros, mi música, alguna amiga a la que la hacía digna de mis confidencias, en el que, también, he pasado y paso mis malos ratos llorando abrazada a algún que otro cojín.

Cierro los ojos, dejo que el silencio se apodere de mi cuerpo y que la melodía del momento la ponga el latir de mi corazón. Me centro en el tempo que impulsa el instante y como si saliera de mi propio ser revivo aquellas apasionantes escenas transportándome a las sensaciones vividas, nunca tan intensas, nunca tan veraces como las reales, pero siempre impactantes y conmovedoras.

El baile se acelera al ritmo de este corazón que palpita agilizando el tempo, como una melodía en la parte cumbre, donde se busca la máxima expresión a la velocidad más elevada de toda la obra.

Parece que no se resiste mi ser a ese placer cercano al dolor, al instante agónico del deseo máximo, que perturba, que paraliza la respiración y deja sin conciencia a mi pensamiento perdiéndome en su intensidad.

Aun con los ojos cerrados puedo verlo con claridad y lo que es mas importante sentirlo. Recorre mi piel, incide en mi alma, naufraga por mis temores y alienta mis ilusiones. Es una combinación de deseo, de dolor, de superación, de todas aquellas sensaciones que han hecho mella en mi interior.

Son mías, únicas, irrepetibles por muchas veces que vuelva a vivirlas o rememorarlas. Nadie jamás las volverá a vivir ni será capaz de sentir exactamente lo que yo sentí. Absolutamente todos los instantes dan forma a mi persona, me hacen ser como soy ahora, vivir entendiendo la vida como lo hago, me hacen sonreír o llorar al pensar en ellas, pues la magnitud del momento me embarga.

No tiene porque ser algo excepcional, pueden ser momentos cotidianos, en los que mis sentimientos han volcado ese instante en algo memorable, en algo que deseo recordar por siempre.

No precisamente todos son momentos bellos, que también los hay (y muchos), sino que algunos de ellos fueron dolorosos y vuelven a serlo al recordarlos, pero al hacerlo sé que los superé, que vencí mis miedos y cada uno de ellos deja en mí un aprendizaje, y el propio dolor es una marca para no olvidar la batalla, y saber que fui capaz.

Sé que no siempre es posible tener esos momentos cumbre, de una extrema intensidad (tampoco me creo capaz de gestionarlos si fueran infinitos), pero sé que he tenido la fortuna de poder vivirlos, los buenos o menos buenos, y que...ellos son dana, esa dana que día a día lucha por seguir viviendo este sueño hecho realidad, esa dana que se enfrenta a sus temores, ganando a veces y perdiendo en otras, esa dana que sueña pisando en suelo firme, esa dana que confía en sus fuerzas y más en las de su guía, esa dana que hoy sabe lo que es el dolor, pero sabe también lo que es ser feliz y sobretodo, esa dana que se siente orgullosa de ser quien es.

También, sé que mi Señor me diría en este momento que todo esto es gracias también a mi esfuerzo y dedicación, imagino Sus palabras y sonrío pensando en Su mirar, pero...sé que sin Ti, mi Señor, nada de esto tendría, yo no sería quien soy sin Tu presencia, sin todo lo que me aportas, lo que me haces vivir, lo (y perdóname por la expresión) jodidamente exigente que eres. Sí, quiero decirlo también, porque no solo son palabras, sino una realidad a la que con todo mi temor, bien lo sabes, me enfrento en este camino, que es bello y muy intenso, pero en esa intensidad también lo son las luchas.

Gracias por el regalo de poder ser dana en Qarpatia y vivir perteneciéndote. Bien sabes que...te amo y amo la vida que tengo junto a Ti.

Y ya me callo, que no es plan de aburrir más a los invitados del refu con mis idas de olla....pero me gusta compartir mis pensamientos tal y como salen... recién saliditos del horno...

Perdonad mi rollo....

Un besote y feliz noche de sábado.