Pleasure Shelter: Por favor, hazme sentir esclava esta tarde...

domingo, 21 de octubre de 2012

Por favor, hazme sentir esclava esta tarde...

Dijo que si lo hacía bien, si me centraba en obedecer sus mandatos, podría después disfrutar de aquello que tanto deseo. No hizo falta que dijera más porque ya intuía de que se trataba.

Mientras fregaba los platos de la comida y Él acababa de recoger la mesa, me hablaba diciendo que no sería nada extremadamente difícil, aunque yo sabía que sencillo tampoco sería, porque aseguraba que sería tan solo aquello sobre lo que todo este tiempo he estado trabajando, y por lo tanto, no debería suponer un esfuerzo extraordinario, sino más bien una demostración de mis avances.

Sé que lo dijo para serenarme, para hacerme ver que nada nuevo acontecería, y darme fuerzas para enfrentarme a ello, pero yo sentía una gran responsabilidad, porque quería demostrar que aquello que trabajamos da sus frutos. 

Ya no era por el premio que sabía me daría al obedecerle, ni por el propio placer de someterme a Sus deseos sino, por el orgullo de mostrarle mis progresos.

Seguía fregando los pocos cacharros que me quedaban, sumida en los pensamientos que unas palabras Suyas de ese tipo me conceden. 

Sentía una mezcla de nervios, de deseo, de vergüenza, de ilusión y de ganas de sentir, y en ello absorta estaba cuando un azote suave me devolvió a la realidad:

- ¿Tienes para mucho esclava?

- No no, mi Señor, ya mismito acabo.

No sé el tiempo que llevaba con el estropajo en una mano, el plato en la otra y el agua corriendo mientras yo me dedicaba a divagar y sentir, pero por su gesto vi que debía ser ya bastante, y por eso pensé que era mejor centrarme y acabar mis tareas cotidianas para poder dedicarme rápidamente a otras que nos reportan más placer.

Estaba mi Señor sentado en el sofá, viendo la tele tranquilamente,  esperando paciente a que yo, su inquieta esclava, acabara y me pusiera de rodillas ante Él, como sabe que tanto me gusta.

Así lo hice, lentamente me acerqué a Él, casi rozando Sus piernas me puse de rodillas en el suelo, besé Sus pies y esperé paciente hasta recibir esa caricia en el rostro que me indica que está conforme y orgulloso de tenerme allí junto a Él.

No tuve que esperar más que unos segundos para sentir Su mano, para que mis ojos se cruzaran un instante con los Suyos y saber que en ese momento, esperaba de mi aquello que antes me había comentado.

Apartó mi pelo suavemente y acariciando mi cuello con Sus dedos marcó el sendero que iba a ser ocupado rápidamente por Su collar.

Se puso de pié, me ayudó a levantarme y desnudó mi cuerpo lentamente, mientras observaba con deleite y gran dedicación cada parte de mi que dejaba al descubierto. Me ruboricé pero su voz me llegó para decirme "mírame dana, entrégamelo".

Supe en ese instante que mi vergüenza,  mi temor, mi deseo, y todo cuando recorría mi cuerpo y mi mente le sería cedido, para que me llevase de ese modo a lograr el placer a través de mi sometimiento.

Cubrió levemente mi cuerpo con el minúsculo uniforme que deseaba verme lucir, y se sentó de nuevo en el sofá indicándome: "adopta tu posición, esclava, aquí frente a mi".

Me puse frente a Él, y puso sus pies sobre mi espalda, dejándome en la quietud requerida a un reposapiés, y aunque al principio me costó mantener la postura, sintiéndome algo humillada, rápidamente me centré en sentirme un útil objeto para Él y en ver como mi cuerpo reaccionaba mostrando el placer que me reportaba.

Apartó las piernas un instante, me acarició la espalda y las nalgas y se levantó alejándose unos instantes de allí, mientras yo permanecía allí esperándole para servirle.

No tardó en llegar de nuevo, me levantó el rostro y dijo: "orgullosa dana, siente como me sirves". Se puso de pié, con una pierna a cada lado de mi cuerpo, y sentí que se agachaba para azotarme las nalgas a un ritmo rápido pero muy placentero, y sin darme apenas cuenta mi grupa se levantaba en ofrecimiento, gesto que aprovechó para inspeccionar mi ano cuidadosamente e introducir la joyita dentro sin prisa, haciéndome notar el frío del acero y el calor de su mano abriendo mis nalgas.

Una vez dentro besó la parte alta de mis nalgas, y recorriendo mi columna vertebral con su firme dedo, provocándome un escalofrío muy placentero, volvió a sentarse en el sofá.

Rectificó la postura de mis piernas, abriéndolas más para conseguir así la altura de mi espalda que le fuese adecuada para acomodar de nuevo Sus pies sobre mi.

Mientras veía la tele, de vez en cuando me permitía mirarle de reojo, pues quería que mi cabeza estuviera erguida,  muestra de que me sentía orgullosa sirviéndole, y como señal de que estaba pendiente de mí, acercaba juguetonamente el cuero de Su fusta a mi piel, recorriendo mis piernas, mis nalgas, mi espalda, o mi cuello. En ocasiones daba un suave azote con ella en diferentes partes, creo que para hacerme notar que estaba allí y que quería que fuese consciente en todo momento, sin aislarme en mis pensamientos y sensaciones.

Mientras hacían anuncios en la tele, se apartó de nuevo de mi, me ayudó a levantarme pues sabía que mi cuerpo estaría dolorido de la quietud que tanto me cuesta, y dijo que me quería sobre Sus piernas, pero la postura que me hizo adoptar era distinta a la de otras veces. De ese modo, mis nalgas quedaban igualmente a su disposición pero mi sexo, completamente a la vista.

Dejé caer mi cuerpo sobre la parte inferior del sofá, mis brazos rodeando mi cabeza y sentí como las nalgadas suaves me sumergían en ese placer que solo Él sabe como concederme a través del dolor. Fue subiendo de intensidad, a la vez que intercalaba pequeñas caricias en mi mojado sexo, haciéndome regresar al placer más sexual y volver de nuevo al placer por el ofrecimiento del dolor.

A veces paraba y me sentía algo inquieta porque le imaginaba observando mi sexo y aquella joyita que aún permanecía ocupando Su rincón privado, pero entonces Su voz de nuevo recordaba para que estaba allí: "ofrécemelo, recuerda qué me complace".

Energía renovada, aliento nuevo, gozo indescriptible de estar en Sus manos, de servirle y hacerle disfrutar.

Dijo sereno: "es el momento...vamos"...y me guió hasta nuestra habitación, donde me quiso boca abajo en la cama, desnuda completamente. 

Rebuscaba en su gran bolsa y le vi de reojo mientras sacaba el látigo de colas. Escondí mi cabeza entre los brazos pues sabía lo que eso significaba y no quería fallarle ahora después de todo lo entregado.

A punto estuve de suplicar con ese NO ahogado que el miedo me permite pronunciar, pero antes de hacerlo sentí como acariciaba con él mi espalda, y me decía "míralo", pero yo me resistía a hacerlo, porque no quería mostrarle mis lágrimas resbalando ya por mis mejillas. 

"Míralo" dijo de nuevo con voz tierna pero firme, y obedecí al instante. Mientras lo miraba secaba con Sus dedos mis lágrimas y dijo "dámelas, dámelo, pídemelo tu".

Con voz temblorosa dije: "mi Señor, te lo entrego, por favor ayúdame a vencerlo".

Casi no había acabado de pronunciar esas palabras cuando el látigo ya mordía mi espalda, rodeándome en ciertos momentos, invadiendo mi costado y haciéndome enfrentar a aquello que era un límite para mí.

Poco a poco, a medida que las marcas surcaban mi piel, mi orgullo se apoderaba de mi, crecía mi deseo y suplicaba en silencio que me arrancara el recelo de entregárselo.

Fueron pocos pero suficientes para mostrarme la fuerza de mi entrega, para enseñarme que puede hacer que mis miedos sean la mejor ofrenda para Él.

Me abrazó, me dejó llorar para que acabara de soltar aquello que tanto tiempo había contenido y la emoción de haber superado un nuevo límite.

Ni siquiera me acordaba del premio prometido en un inicio, pues ya me sentía más que premiada, pero tras besarme apasionadamente dijo: "ahora, lo prometido es deuda..."

Vi su abultado sexo frente a mi, deseoso de ser complacido, con ese dulce néctar rezumando, llamándome y esperando para ser degustado por mí.

Creo que no es necesario dar muchos detalles de lo acontecido a continuación, porque todos imagináis que no tardé en ponerme de rodillas ante Él, de acariciar su latente falo y de llenar mi boca hasta la garganta de toda su fuerza.

Tuve mi premio, y aún retengo su sabor...

Deseo que éste sea el Tuyo, mi Señor, por hacerme sentir esclava esta tarde...

Gracias. A Tus pies.

4 comentarios:

  1. Es un placer volver y ver que las aguas han vuelto a su cauce.

    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En un cauce donde hay que remar mucho, ser fuerte para cuando vengan los remolinos y el viento sople en contra, pero ahi estamos...luchando, aprendiendo y creciendo...espero que por mucho mucho tiempo....

      Gracias por tu compañia que ha sido muy muy de agradecer...

      Un besito y hasta prontin

      Eliminar
  2. Maravillosa sumisión, narrada con una sensibilidad que me ha gustado mucho mucho.
    Te seguiré.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias abril por tus palabras...me alegro de que te haya gustado mi forma de expresar...
      Espero que te sientas como en casa y vengas muy a menudo...será un placer recibirte

      Un cordial saludo

      Eliminar